Está claro en la historia de casi 80 años, que el peronismo es un proceso revolucionario -de cambios y transformaciones profundas- que se forjó a partir del pensamiento y la capacidad de acción y realización de su creador Juan Domingo Perón, incorporando ideas y aportes de pensadores nacionales y de sus diferentes actores en ese largo transcurso.
Como todo proceso revolucionario que se debate en el marco de una realidad mundial cambiante y conflictiva, tiene avances y retrocesos, triunfos y derrotas.
El resultado no está en un momento preciso, sino en el devenir de su marcha y en la posibilidad del éxito final, aunque también en el peligro de ser derrotado por la acción de un enemigo poderoso, con gran capacidad de daño, con inmensos medios y recursos tecnológicos y materiales en general.
Dentro de las limitaciones, una de las más generalizadas es la de los peronistas que cometen el error de asumir solo una parte de la historia (combativos o dialoguistas), quedándose con una verdad parcial, que mutila la comprensión precisa del fenómeno.
Además, y al margen de matices y diferentes formas de comprensión o interpretación, existe también el problema de la defección de algunos, la traición de sus objetivos, o las desviaciones que se dan como producto de la infiltración o penetración de individuos hábiles y oportunistas que juegan papeles que desvían los objetivos fundamentales, en aras de intereses distintos a los valores permanentes del Movimiento. Perón definió desde los inicios la conformación como Movimiento Nacional y no como partido político, ya que éste, para Perón, era básicamente el instrumento legal y formal para participar en las elecciones, el mecanismo o la vía para acceder al Gobierno por medio de la democracia representativa.
Pero el Movimiento, con tres ramas, los trabajadores, las mujeres y los hombres, -sumando en los ´70 a la juventud- era la expresión y la forma de participación de los actores sociales, en la vida cotidiana de la acción social y política del Pueblo.
Después del derrocamiento del Gobierno popular más democrático de la historia nacional, y la consiguiente proscripción del Partido Peronista, fue el Movimiento Obrero el que centralizó la lucha. Los dirigentes sindicales, antiguos (los que quedaron) y nuevos cuadros, se dedicaron a reconquistar sus sindicatos intervenidos – de muchos de los cuales habían sido desalojados a bala - y las organizaciones recuperadas con la participación de sus afiliados, se convirtieron en trincheras de lucha con la consigna de “La vuelta de Perón”.
Los conflictos gremiales fueron escuelas de acción revolucionaria, algunas veces con participación del pueblo en general –fundamentalmente vecinos- como fue la lucha por impedir la privatización del Frigorífico Nacional Lisandro de la Torre; o la pelea de los ferroviarios contra el Plan Larkin; constituyéndose los trabajadores metalúrgicos y los textiles en ejes de la lucha, junto al resto del Movimiento Obrero. Muchos de estos conflictos terminaron con represiones masivas, con estadios de fútbol o los barcos de la marina de guerra convertidos en cárceles, hasta llegar a la aplicación del Plan CONINTES con miles de presos.
El peronismo tiene desde su constitución una práctica electoral frentista y se impusieron también tácticas o formas de lucha electorales para trascender etapas proscriptivas y se recurrió a la figura de partidos políticos denominados “neo peronistas”, a los efectos de dar batallas aún en ese campo, una de las formas de confrontación y búsqueda de participación pese a su carácter pseudo democrático.
En el marco de estas experiencias político electorales el Movimiento Obrero empezó a ser dejado de lado, sobre todo a partir de la primera derrota electoral que sufriera el peronismo, en 1983, cuando la conducción partidaria fue calificada como “los mariscales de la derrota”, al tiempo que una tendencia social demócrata fue perfilándose en la conducción del Movimiento Nacional, eliminándose a los trabajadores de la representación electoral. En ese devenir, las conducciones sindicales entraron algunas veces en la trampa de pelear espacios personales o sectoriales, perdiendo de vista la concepción del conjunto del Movimiento de los Trabajadores, que es donde está su poder, para disputar pequeñas porciones o migajas acordadas con los transitorios “dueños del lápiz”, lo que permitía discutir participaciones secundarias de la representación electoral.
Pero lo peor que vive el conjunto del pueblo es que, desde el derrocamiento del Gobierno del Presidente Perón en el ‘55, el sistema comenzó una ardua tarea de hacer desaparecer de la memoria del conjunto de la sociedad los logros de un verdadero gobierno popular y por eso se prohibió, no solo manifestar ideas con símbolos o cánticos, sino incluso el pensar como peronista en el Decreto 4161 de 1956. Adicionalmente, y en forma previa a la elección presidencial de 1963, se impuso un nuevo decreto que prohibía que nadie que tuviera algún antecedente peronista, pudiera ser elegido como “elector” en una elección indirecta que elegiría al próximo Presidente continuador de la dictadura para, de esa forma, “reparar” el error cometido cuando fue electo Arturo Frondizi. De esa manera proscriptiva fue elegido Arturo Illia, cuyo gobierno fue enfrentado por la CGT con un Plan de lucha en 1964, con toma de establecimientos fabriles, llegando a ocuparse 11.000 empresas en todo el país.
Esa tarea de olvido y distorsión de la historia ocultó, por cierto, el infame bombardeo al pueblo en la Plaza de Mayo en junio de 1955, delito de lesa humanidad aun no juzgado, así como la quema y destrucción de pulmotores, entre otros elementos sanitarios, porque se identificaban con la “Fundación Eva Duarte de Perón”. Se ocultó también que este país había llegado a un nivel de desarrollo industrial, científico y tecnológico que lo ubicaba entre los primeros del mundo así como la dignificación del trabajo y de la clase trabajadora, con lo que se había logrado una nación que ejercía su soberanía política, practicaba la justicia social igualando en derechos y conquistas a todos los habitantes de Argentina, reconociendo incluso iguales derechos a los inmigrantes que decidieran “habitar en nuestra tierra”.
Ese Movimiento Nacional y Popular y su Gobierno, que impuso la revolución de la dignidad, incorporó con Evita, a la mitad de la población que estaba excluida de la vida cívica, las mujeres y plasmó sus derechos en la Constitución Nacional de 1949, junto a los derechos de los trabajadores de los niños y los ancianos.
Esa tarea de olvido y distorsión de la verdad ha sido un proceso permanente cultivado por los centros de poder y ejecutado por los medios de educación y cultura masificados por los medios de difusión durante casi todo ese período, inculcando en la población un pensamiento individualista y autodenigratorio, penetrado de un sentido de falta de autoestima y de derrota e incentivando un pensamiento e ideología de éxito y admiración de realidades ajenas al sentir nacional. Ante esto, debemos preguntarnos qué papel ha jugado para forjar ese pensamiento la escuela sarmientina y el sistema universitario eurocéntrico donde seguimos enseñando – aprendiendo la historia universal de Grecia e ignorando a las culturas americanas que aun sorprenden a la humanidad y continuamos formando técnicos y profesionales de pensamiento liberal como los que produce la facultad de ciencias económicas cuyos graduados, no de casualidad, eligen las universidades norteamericanas para especializarse.
Pareciera que todavía está vigente el desencuentro de sectores sociales que en el momento histórico del surgimiento del peronismo se expresó con la consigna “alpargatas sí, libros no”, y que tuvo su origen en el combate de la militancia en la calle que se dio en la confrontación de trabajadores con estudiantes universitarios de la FUA y la FUBA, muchos de ellos posteriormente militantes de los Comandos Civiles que actuaron con la determinación de asesinar a nuestro líder. Y es necesario tener en cuenta que esos militantes y futuros dirigentes, esos comandos civiles, pertenecían en su mayor parte a la UCR y a la Federación Juvenil Comunista, y representaron la infantería de represión en la lucha contra la Resistencia Peronista, conformada fundamentalmente por jóvenes surgidos desde la clase trabajadora…
Aquella tarea de proscripción y represión no quedó ahí, sino que luego, a partir de finales de los ’60 comenzó una etapa de represión con el asesinato y la desaparición de los militantes en la que nuevamente la clase trabajadora, sobre todo en los Delegados Sindicales sumaron una cuota de víctimas, provocando un corte o falta de dos generaciones de estos cuadros, lo que impactó en las estructuras orgánicas del Movimiento Obrero.
No solo las nuevas generaciones se fueron incorporando a sus filas sino que también hombres y mujeres que empezando su militancia en otras corrientes, fueron descubriendo y adhiriendo a la vertiente mayor del pensamiento nacional y popular de nuestro Pueblo.
Pero es imprescindible que hoy este peronismo retome la tradicional conformación de sus Ramas originarias, sobre todo porque los trabajadores organizados son el actor social fundamental desde su origen, reafirmando valores y principios del peronismo y adecuando su doctrina a las nuevas realidades de un mundo diferente con centros concentrados de poder mundiales tanto políticos como financieros, que han sumido a Argentina, mediante dictadores y agentes de esos poderes, en la dependencia.
En la actualidad, el Movimiento Obrero tiene el particular desafío de incorporar a sus estructuras la participación organizada de millones de trabajadores desempleados o explotados por la economía informal, o auto organizados en la economía popular, superando esta contradicción en el seno del Movimiento de Trabajadores, dando cabida a todas las expresiones organizadas de los trabajadores, e impedir que la estrategia de los países industrializados, logre hacer pagar la crisis mundial a los países más débiles.
Para ello, ejercer la soberanía política es imprescindible, junto a las otras dos banderas inescindibles del peronismo: la Independencia Económica y la Justicia Social.
Necesitamos cultivar la esperanza, ya que estamos seguros de que la Argentina, un territorio inmensamente rico con una población capaz –en este país, lo mejor que tenemos es el pueblo, decía Perón- y con un historial de lucha en la conformación de nuestra nacionalidad que está en el subconsciente del pueblo, en el pensamiento de Perón, en el ejemplo de sus realizaciones y en la lucha cotidiana, podrá materializar, desde sus nuevas generaciones de trabajadores, profesionales, intelectuales y jóvenes en general, más temprano que tarde, la premonición de Evita y “tomarán su nombre y lo llevarán como bandera a la Victoria”.
Para ASOFIL
Carlos Pancho Gaitán.
Buenos Aires, 27 de noviembre de 2021.